“De cómo el tiempo se comió el amor”
Las hojas
de ese calendario situado en la parte posterior de la habitación, iban cayendo como
hojas de otoño en esa celda encastrada que parecía ser la llamada “ley de vida”;
las mismas empezaban a cubrir las rodillas de aquellas almas gemelas que con
ancho reloj en muñeca parecían haber olvidado el significado de alianza en dedo
anular.
Demasiados
fines de semanas entablando conversaciones con amigos pasajeros, demasiados
whataspp sin vuelta a cambio, demasiado sexo con pensamiento ajeno, demasiadas
idealizaciones de cintas de más de 35mm, demasiados paseos de perros obligados
a defecar emociones ajenas, demasiados encuentros con pago de tarjeta de
plástico, demasiadas calles solitarias en una multitud de amores, demasiado…miedo
a quedarse solos.
Así que ahora
aquellas hojas ya se encargaban de cubrir cada uno de aquellos simbolismos que
yacían en el suelo como historia pasada y cada uno de aquellos rostros con
arrugas y volúmenes elevados a toque de bisturí posaban con la misma sonrisa de
botox, para no confundir los roles en una sociedad igualitaria.
El
carácter, la personalidad, sus defectos, sus virtudes quedaban claramente
enmascarados tras una fachada impoluta cargada de unos ropajes que marcaban tal
vez, un nivel de vida alejado de la tienda de ofertas de la esquina; pero la
necesidad de ostentar y de jugar al quiero un día que puedo, parecía más
importante que el coste de una manta por recibo de luz impagado.
A lo lejos
de ellos dos se visualizaba una frase en donde se leía: “Hay un secreto para
vivir feliz con la persona amada; no pretender modificarla”; pero en época de
vista cansada en acciones de afecto, parecía poder desaparecer cualquier día en
que alguno de los dos se tomara de forma subjetiva la idealización de sus
virtudes.
Y mientras
Edipo y Electra correteaban a su alrededor como dos perros ansiosos de poseer
el reflejo de aquellos padres que les vieron abandonar su infancia. Ahora les
tocaba a ellos “montar” la búsqueda de un nuevo linaje que con honor defendiera
sus apellidos; pues el ansia de poder reproducir los deseos ocultos tras
batallas perdidas con criatura sin culpa de haber nacido, parecía el único
juego al que podrían jugar tras cualquier crisis “matrimonial”.
Pues lo
que sí que habían aprendido era que de la misma manera que no hay vida sin
muerte, no había matrimonio sin crisis; con lo que se tendría que empezar a
pensar con los posibles verdugos con los que vomitar su odio.
“Y sino
una nueva obra de arte siempre nos quedara para aquello que sin palabras y sin
poder explicar, soñaremos que entre pinceles permanecerá escrito, ante los ojos
del que se crea que no ha muerto”.