“De cómo la lactancia
de convirtió en tela de juicio para una mujer”
Vestida con silla ergonómica y
sentada con traje chaqueta, se resistía a mirar a la parte trasera de aquella
pantalla de no importa cuántas pulgadas; era allí donde permanecía colgada una
foto de aquel que con mismo linaje, seguiría empuñando un biberón ajeno a
cualquier corpiño de época.
Los Querubines y Serafines de su
alrededor se habían transformado en oscuras palabras balbuceadas por seres
inquietantes y perturbadores que luchaban por quebrantar la estabilidad
emocional con sentimientos de culpa y decepción a una madre a quien querían
anular palabras de consentimiento.
Así que por la izquierda aparecía
la farsa de la culpa; alimentada por aquellos que criminalizaban que tras corte
umbilical,cualquier virgen hecha mujer pudiera convertir cajitas de cartón de
frio estante en nodriza de los que señalaban según ellos como ausentes de
vínculo, como desconocedores del apego.
Por la derecha, la falsa
decepción era alimentada por aquellos que aseguraban que no se trataba de mucho
más que de un abandono por cuestiones de comodidad y estética; pues por allí
habían aparecido aquellos que obligaban a crearse falsas expectativas en torno
a quien se limitaba a ser una buena madre. Eso sí, sin pensar que tal vez la
idealización de esa mujer pasaba por una carencia de personalidad de quien tal
vez succionó con demasiado ímpetu en épocas en que la igualdad sólo estaba en
palabra de unos.
Ahora ella restaría frente a esa
pantalla, que sin seguir importando de cuantas pulgadas era, pues la misma
representaría lo que ella misma quisiera representar su sentimiento de culpa. Y allí podría
por suerte haber borrado de ella la imagen de Juana de
Arco de su salvapantallas, pues no era necesario identificarse con una heroína
para poder seguir viviendo con la ley de vida que aflorara de su propia naturalidad.
Ahora de todas aquellas cómplices
con las que identificarse sólo había quedado el fuego; el fuego que si había
tenido tiempo de quemar la palabra “vanidad” de su diccionario; hecho que por
el contrario no había sucedido en aquellos que seguían incompatiblemente
llevando un Dios por bandera a quien idealizar.
Eso sí tantos unos como otras
parecían querer sacar la cabeza por esa ventana que se encontraba en el fondo
de esa estancia; no sé si buscarían o no ese Dios inventado, pero seguro que
soñarían con poder acariciar la vía láctea, hubiese nacido o no un nuevo
Hércules a quien alimentar.
La única diferencia es que se
llamases Hércules o no, sólo el mismo podría reconocer al largo de su vida
quien era su propia madre; pues no hay mejor alimento que el amor y esa mujer
con traje chaqueta sin pecho desnudo o no, no necesitaría de palabras de nadie
para seguir sintiéndolo.
“Y sino una nueva obra de arte
siempre nos quedara para aquello que sin palabras y sin poder explicar,
soñaremos que entre pinceles permanecerá escrito, ante los ojos del que se crea
que no ha muerto”.
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