"De cómo un
cuchillo y una pluma se convirtieron en una hoja en blanco y otra manchada"
No
importaba ya el sitio donde tumbarse; pues la calma de su piel se había
neutralizado tras la ingesta de productos sin trigo. Tal vez se tendría que
sentir con más libertad que nunca, pero el idealismo que lo atizaba tal vez era
más pesado que el de cualquier revolucionario de habla francesa. Aquellos
dualismos que en su día se crearon entre aquello que mata y aquello que
dictamina acorazado en ese momento por un cuchillo y una pluma; ahora se median
entre la palabra prohibida y la palabra esperada o tal vez entre la locura y la
razón o tal vez entre una simple hoja en blanco u otra manchada de palabras
conexas del que según parece sabe.
Ahora ya
no era momento de muertes físicas ni de sobrevivientes al corte de fina guillotina,
sino que los vencedores parecían empuñarse a la realidad como razón de ser,
mientras los vencidos seguirían emulando aquello que sin hojas de diccionario
parecía ser más angustioso que la muerte sin entender la vida.
¿A partir
de qué momento se podía entender la locura como una verdad oculta? ¿A partir de
qué momento no la tendría que dejar caer en el olvido y así ser investida por
la razón? Está claro que actualmente buscábamos a la palabra del “loco” un
sentido, pero un sentido centrado en nuestros intereses de construcción verbal,
ya que si no nos acuñábamos al silencio de la razón para que esta pudiera
“curar” a lo que intentábamos delimitar como “locura” no apta para la razón;
con lo cual institucionalizábamos claramente lo que es o no locura y verdad.
De esta
manera el silencio de la razón permanecía atento para que la separación entre
razón y locura permaneciera a su menester.
Lo
singular, lo tachado de falso seguiría existiendo en cualquier sombra dibujada,
mientras que la luz sólo aparecería por la iluminación de aquella puta pantalla
de ordenador, que parecía que fuese el único artilugio que pudiera manejar
aquello que estábamos dispuestos a que la gente entendiera.
A partir de aquí entrábamos en
intentar conocer cuál era el discurso de la verdad o mejor dicho cuál era la
voluntad de la verdad, una voluntad de la verdad que tampoco se encontraría
libre de control, ya que la misma se encontraba apoyada bajo el paraguas
institucional; libros, ediciones, bibliotecas….y es esa voluntad de la verdad,
la que intentaba recuperar las dos anteriores citadas (“palabra prohibida” y
“razón y locura”) para poder modificarlas y fundamentarlas. De esta manera blindábamos
esa voluntad de verdad que excluía a esa ansia de verdad que intentaba
justificar lo prohibido o bien definir la locura. Con lo cual la posible
voluntad de saber se convertía en poder conocer tan sólo una voluntad de verdad
ya predefinida, ya establecida.
Con lo cual tal vez dejaría ese
artilugio con letras escritas apoyada a esa lápida que crecería al mismo ritmo
que su saber; eso sí, a un lado una hoja en blanco más escrita por pensamiento
que por letras de consentimiento y al otro lado una hoja con palabras escritas,
con las que se limitaría a darse razones para seguir viviendo en una falsedad.
Tal vez finalmente acabaría igualmente
arqueando su brazo derecho como símbolo de sufrimiento, mientras esperaría
atragantarse con cada una de aquellas letras de plástico del teclado no libres de
pensamiento.
Y si un día Saint Just digo que
“el rey tiene que morir no por los crímenes que ha cometido sino porque
representa una figura que encarna una idea; y que para hacer morir la idea hay
que matar a la figura”. Ahora, en
tiempos de monarquías desbaratadas y de muertes no predeterminadas, el triunfo
de la razón pasa por el olvido de aquel idealista que sigue soñando.
No dejéis que la locura inventada
siga dejando hojas en blanco, pues nunca utópicamente seguiremos pensando que
nuevas letras podremos crear para brindar con nuestros pensamientos.
Y sino una nueva obra de arte
siempre nos quedara para aquello que sin palabras y sin poder explicar,
soñaremos que entre pinceles permanecerá escrito; ante los ojos del que se crea
que no ha muerto.
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